dimecres, 2 de maig del 2012

T-9 DATE LA BUENA VIDA Las cosas pueden ser bonitas y útiles, los animales (por lo menos algunos) resultan simpáticos, pero los hombres lo que queremos ser es humanos, no herramientas ni bichos. Y queremos también ser tratados como humanos, porque eso de la humanidad depende en buena medida de lo que unos hacemos con los otros. Me explico: el melocotón nace melocotón, el leopardo viene ya al mundo como leopardo, pero el hombre no nace ya hombre del todo ni nunca llega a serlo si los demás no le ayudan. ¿Por qué? Porque el hombre no es solamente una realidad biológica, natural (como los melocotones o los leopardos), sino también una realidad cultural. No hay humanidad sin aprendizaje cultural y el elemento base de toda cultura ( y fundamento por tanto de nuestra humanidad) es el lenguaje. El mundo en el que vivimos los humanos es un mundo lingüístico, una realidad de símbolos y leyes sin la cual no solo seríamos incapaces de comunicarnos entre nosotros sino también de captar la significación de lo que nos rodea. Pero nadie puede aprender a hablar por sí solo (como podría aprender a comer por sí solo o a mear -con perdón- por sí solo), porque el lenguaje no es una función natural y biológica del hombre aunque tenga su base en nuestra condición biológica, claro está) sino una creación cultural que heredamos y aprendemos de otros hombres. Por eso hablar a alguien y escucharle es tratarle como a una persona, por lo menos empezar a darle un trato humano. Es sólo un primer paso, desde luego, porque la cultura de la cual nos humanizamos unos a otros parte del lenguaje pero no es simplemente lenguaje. Hay otras formas de demostrar que nos reconocemos como humanos, es decir, estilos de respeto y de miramientos humanizadores que tenemos unos para con otros. Todos queremos que se nos trate así y si no, protestamos. Por eso las chicas se quejan de que se las trate como mujeres “objeto”, es decir, simples adornos o herramientas; y por eso cuando insultamos a alguien le llamamos “¡animal!”, como advirtiéndole que está rompiendo el trato debido entre hombres y que como siga así podemos pagarle con la misma moneda. Lo más importante de todo esto me parece lo siguiente: que la humanización (es decir, lo que nos convierte en humanos, en lo que queremos ser) es un proceso recíproco (como el propio lenguaje, ¿te das cuenta?). Para que los demás puedan hacerme humano, tengo yo que hacerles humanos a ellos; si para mí todos son como cosas o como bestias, yo no seré mejor que una cosa o una bestia tampoco. Por eso darse la buena vida no puede ser algo muy distinto a fin de cuentas de dar la buena vida. Piénsalo un poco, por favor. Fernando Savater -------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------------- T-10 SOBRE EDUCAR Antes de ser educado, no hay en el niño ninguna personalidad propia que la enseñanza avasalle, sino sólo una serie de disposiciones genéricas fruto del azar biológico: a través del aprendizaje (no solo sometiéndose a él, sino también rebelándose contra él e innovando a partir de él) se construirá su identidad personal e irrepetible. Por supuesto, se trata de una forma de condicionamiento, pero que no pone fin a ninguna prístina libertad originaria, sino que posibilita precisamente la eclosión eficaz de lo que humanamente llamamos libertad. La peor educación que podamos imaginar potencia la humanidad del sujeto mientras le condiciona; por el contrario un ilusorio paraíso silvestre incondicionado no haría más que bloquearla para siempre. Según señaló el psicoanalista y antropólogo Géza Roheim , “es una paradoja intentar conocer la naturaleza humana no condicionada, pues la esencia de la naturaleza humana es estar condicionada”. No se trata, por tanto, de si debemos o no condicionar, sino de debatir cuál es el mejor condicionamiento. Fernando Savater ------------------------------------------------------------------------------------- ------------------------------------------------------------------------------------- T-11 LA VIDA BUENA Y LA SOCIEDAD La vida buena exige una multitud de condiciones sociales y no se puede realizar sin ellas. La vida buena, decimos, se inspira en el amor y es guiada por el conocimiento, el cual sólo puede existir allá donde los gobiernos se dediquen a su descubrimiento y difusión. Por ejemplo, es alarmante la existencia del cáncer, ¿qué hacemos al respecto? Nadie está muy seguro de cómo resolver este problema, pues nos faltan conocimientos, pero estos no se alcanzarán si no surgen fundaciones destinadas a su investigación. Esto es aplicable al conocimiento de las ciencias, la historia, la literatura o el arte, los cuales deben ser accesibles a mucha gente, algo que no puede lograrse sin complicadas medidas por parte de las autoridades públicas. No basta tener, por ejemplo, la fe de los religiosos, no basta con la esperanza para lograr tales cosas. Pasa lo mismo con el comercio, sin él la mitad de los británicos morirían de hambre, y si mucha gente muriera de hambre, pocos podrían alcanzar una vida buena. La cuestión es que, en lo que diferencia una vida buena de una mala, el mundo es todo él una unidad, y si un hombre pretende vivir de manera totalmente independiente de él es que es un parásito, lo sepa él o no. Para vivir una vida buena, en su pleno sentido, un hombre necesita tener una buena educación, amigos, amor, hijos (si los desea), una renta suficiente para no pasar miseria ni angustias, buena salud y un trabajo interesante. Todas estas cosas dependen en gran parte de la comunidad y de los acontecimientos políticos, que las fomentan o las impiden. La vida buena ha de ser vivida en una buena sociedad, de lo contrario no es posible. Bertrand Russell