divendres, 10 de juny del 2011

EJEMPLO DE COMENTARIO DE TEXTO


¿No te has preguntado nunca por qué los hombres vivimos de una manera tan complicada? ¿Por qué no nos contentamos con comer, aparearnos, protegernos del frío y del calor, descansar un poco... y vuelta a empezar? ¿No hubiera bastado con eso? Nunca falta algún ecologista bienintencionado que piensa aconsejable volver a la «simplicidad» natural. Pero ¿hemos sido los hombres «simples» alguna vez? Incluso las tribus más primitivas de las que tenemos noticia están llenas de inventos sofisticados, aunque no sean más que inventos mentales: mitos, leyendas, rituales, magias, ceremonias funerarias o eróticas, tabús, adornos, modas, jerarquías, héroes y demonios, cantos, chistes y bromas, bailes, competiciones, formas de embriaguez, rebeldías...

Nunca los hombres se limitan a dejarse vivir, sin más jaleos: en todos los grupos humanos hay curiosos, perfeccionistas y exploradores. Es evidente que lo propio de los humanos es una especie de inquietud que los demás seres vivos parecen no sentir. Una inquietud hecha en gran medida de miedo al aburrimiento: tenemos —hasta los más tontos— un cerebro enorme que se alimenta de información, de novedades, de mentiras y de descubrimientos; en cuanto decae la excitación intelectual, a fuerza de rutina, los más inquietos —¿los más humanos?— empiezan a buscar, al principio con prudencia y luego frenéticamente, nuevas formas de estímulo. A uno le da por subir a una montaña inaccesible, éste quiere cruzar el océano para ver qué hay al otro lado, el de más allá se dedica a inventar historias o a fabricar armas, otro quiere ser rey y nunca falta el que sueña con tener todas las mujeres para él solo. ¿Dónde hay que echar el freno y decir «basta»? Se empieza haciendo cerámica de barro y se llega en seguida al cohete que va a la luna o al misil que destruye al enemigo; se parte de la magia pero se sigue a trancas y barrancas hasta Aristóteles, Shakespeare o Einstein... A ese desasosiego, a esa inquietud, a ese miedo permanente al aburrimiento, es a lo que me refiero cuando te digo que las sociedades humanas no se contentan con la supervivencia sino que ansían la inmortalidad.
Fernando Savater


COMENTARIO DE TEXTO

(Tema) Este texto nos ofrece una reflexión sobre las características especiales del ser humano entre las criaturas del mundo. (Tesis) Intenta hacernos ver que la razón y la libertad nos han convertido en un ser extraño y complicado que no se conforma con sobrevivir como los demás seres vivos. (Formulación alternativa de tesis) Podríamos enunciar esta idea central de otra manera: el ser humano es la criatura que busca la inmortalidad.

(Tipo de texto. Sólo hace falta si el texto tiene alguna característica especial, por ejemplo si es un diálogo) Debemos tener en cuenta que la estrategia retórica que elige el autor es una especie de diálogo en el que se dirige a un interlocutor que no está directamente presente, de manera que él opta por hablarle y utilizar la segunda persona como si le estuviera escuchando. Por eso dice, por ejemplo, “es a lo que me refiero cuando te digo”…

(Arg.1) Como parte de esta estrategia de diálogo fingido, Savater empieza lanzando varias preguntas a su ausente interlocutor. Su objetivo es llamar la atención sobre lo peculiar de nuestra especie. Se plantea si las cosas de nuestra vida no podrían ser tan sencillas como la de cualquier animal “normal”.

(Arg.2) A continuación plantea un enfoque que podría ser contrario al suyo. Pone en boca de un ecologista la pretensión de abandonar esta complicación de nuestras vidas y volver a una supuesta sencillez natural. Savater refuta ese enfoque. Su idea es que es ridículo pedirnos simplicidad cuando desde siempre lo que nos ha caracterizado es nuestra afición a complicarnos la vida. Así, suministra el ejemplo de los pueblos primitivos, los cuales han desarrollado toda una serie de artificios culturales con los que marcan de manera intensa su línea de separación con respecto a eso a lo que llamamos la naturaleza. Savater cita los mitos, las leyendas, los ritos… Y acaba refiriéndose incluso a los bailes o las bromas. Esto nos ayuda a imaginar “modas” como las de esas tribus africanas que consideran más bellas a las mujeres con el cuello largo, de manera que desde pequeñas las niñas van recibiendo anillos que ya no se quitarán jamás y que distinguirán su belleza. O esas tribus amazónicas cuyos individuos van desnudos pero llevan la piel atravesada de tatuajes y piercings, todos los cuales tienen un valor simbólico que tiene un gran valor dentro de la vida social de aquellas tribus. Los ejemplos serían innumerables: lo propio de las agrupaciones humanas es complicarnos la vida.

(Arg.3) A partir del segundo párrafo, el autor se sirve de dos conceptos sumamente valiosos para su idea central: la inquietud y el aburrimiento. Algo hay especial en el ser humano, algo extraño que le hace rebelarse contra la disposición natural de preocuparse únicamente de sobrevivir. Esta es una cualidad que nos aleja de los demás seres, y Savater la explica por ese “enorme cerebro” del que disponemos. Quizá no todos los seres humanos nos desasoseguemos de igual manera ante la rutina, pero en todo grupo hay siempre algunos individuos que no soportan las situaciones vitales demasiado estrechas y buscan nuevas formas de conocimiento y experiencia. Savater dice que esos seres un tanto anómalos son en cierto modo los más humanos de entre los humanos, si es que definimos nuestra especie como la del animal que siente curiosidad o que necesita encontrar estímulos nuevos. Da un serie de ejemplos, desde el escalador que necesita siempre subir un nuevo ocho mil, hasta el fabulador que inventa siempre nuevas y más maravillosas historias, pasando por quienes no encuentran freno a su ambición… Resulta muy llamativa la línea de continuidad que establece entre el hombre prehistórico que creó aquellas viejas vasijas hasta los astronautas de nuestro tiempo. Esto último es una aventura propia de un animal complicadísimo, pero también lo de la vasija: la idea es que el hombre ha estado siempre ideando nuevas formas de vivir, formas cada vez más sofisticadas y complejas de organizar su vida sobre el mundo. Los ejemplos de grandes genios que ofrece –cita a Aristóteles, Shakespeare o Einstein, pero podría citar a otros- certifican esa convicción de que desde lo más primitivo los humanos hemos sido capaces de remontarnos hasta las cimas de la espiritualidad y la inteligencia.

(Arg.4) A modo de conclusión, el autor refuerza la tesis o idea central cuando se refiere al ansia de inmortalidad como clave de nuestros comportamientos. Todos los animales viven y mueren, también nosotros, pero es que nosotros lo sabemos, somos conscientes de ello, y por eso intentamos vivir de una manera que, de alguna manera, resulte trascendente, tenga un sentido. Somos una criatura dotada de razón y libertad, sentimos una inquietud –Sartre y el existencialismo lo llamarían “angustia vital”- que nos empuja a buscar siempre más, a ir más allá. Eso nos aleja completamente de la simplicidad natural de la que procedemos.