dijous, 6 de juny del 2013

ATENCIÓN, SELECTIVIDAD. SUGERENCIA DE PREGUNTA 4 PARA KANT


Atendiendo a la segunda opción planteada en la pregunta, asociaremos la figura de Immanuel Kant al fenómeno histórico de la Revolución Francesa.

Los fundamentos de la filosofía kantiana producen dudas respecto a la mirada que, desde la distancia de Königsberg, habría de dirigir el autor de la Crítica de la Razon Pura a los sucesos franceses de 1789. Kant es, como sabemos, un gran ilustrado, es decir, un defensor a ultranza del poder de la Razón para solucionar los problemas del género humano. Cabe suponer que un movimiento de masas destinado a provocar todo tipo de desórdenes podría generarle todo tipo de sospechas. Fácilmente la plebe parisina enfurecida daría rienda suelta a su parte irracional, lo cual desencadenaría un pillaje sin ley y una violencia indiscriminada.

Sabemos que esto ocurrió de verdad, sin embargo Kant mostró una considerable simpatía por el movimiento francés. Creía que sus principios en defensa de la libertad de pensamiento y los derechos del individuo frente a la tiranía tenían mucho que ver con los ideales ilustrados que guiaron a los revolucionarios. En cierto modo podemos suponer que para Kant la Revolución se quedó incluso corta, pues sus expectativas de una sociedad justa y pacífica, donde los hombres no anduvieran en una guerra perpetua, iban mucho más allá de lo que las instituciones creadas por la Revolución llegaron a plantear. Y, sin embargo, el transcurso del proceso revolucionario sembró fuertes dudas en Kant respecto a su inicial entusiasmo. Criticó duramente la ejecución en la guillotina del Rey Luis XVI. Desde ese momento empezó a desconfiar de las revoluciones populares, pues se dio cuenta de que siempre terminaban generando desastres. Además se dio cuenta de que en las revoluciones las leyes se relajaban o eran destruidas, lo cual permitía que los libertinos y los abusadores se apoderaran de las naciones y aterrorizaran a todos los demás, lo que podía volver la situación peor incluso a la del Absolutismo.

¿Cómo salir de esta contradicción? Por una parte, Kant creía en el derecho de las naciones a rebelarse contra los tiranos y derrocarlos; por otro temía la muerte, el dolor y el desorden que siempre han generado los motines populares. Para terminar de definir la posición kantiana tenemos que acudir a sus últimos escritos, que, a propósito de los sucesos franceses, le hicieron centrar su pensamiento en cuestiones relativas a la política. Hay que tener claro que Kant nunca llegó a posicionarse rotundamente en contra de la Revolución Francesa. Sin embargo, sí terminó sustituyendo el concepto de revolución por el de “evolución”. Siempre basándose en la primacía de la Razón, entendió que la transformación de la sociedad en clave de progreso sólo sería posible de forma gradual. Se trataría de un proceso de triunfo lento de la libertad sobre la tiranía. Eso sí, para que la libertad no degenere en abusos, debe ser regulada por el derecho. Los principios del derecho deben regirnos a todos y controlar la tendencia que tenemos los humanos a entrar en conflicto entre nosotros. Podemos decir que esta concepción universalista o “cosmopolita” del derecho funda un modelo de pensamiento que desemboca ya en nuestro tiempo en la Carta Internacional de los Derechos Humanos. No es pues descabellado afirmar que el kantismo es directo inspirador del derecho internacional contemporáneo.


En suma, Kant es un “revolucionario” y un pensador utópico, pero sólo si entendemos que tiene fe absoluta en la Razón y en la voluntad del hombre, única manera de evitar los excesos de la violencia y la guerra perpetua.  

dissabte, 18 de maig del 2013


"Si desde la más tierna edad, la niña fuese educada con las mismas exigencias y los mismos honores, las mismas severidades y las mismas licencias que sus hermanos, participando en los mismos estudios, en los mismos juegos, prometida a un mismo porvenir, rodeada de hombres y mujeres que se le presentasen sin equívocos como iguales, el sentido del «complejo de castración» y el del «complejo de Edipo» quedarían profundamente modificados. Al asumir con los mismos títulos que el padre la responsabilidad material y moral de la pareja, la madre gozaría del mismo prestigio perdurable; la niña sentiría a su alrededor un mundo andrógino y no un mundo masculino; aunque se sintiera afectivamente más atraída por el padre -lo cual ni siquiera es seguro-, su amor por él estaría matizado por una voluntad de emulación y no por un sentimiento de impotencia: no se orientaría hacia la pasividad; autorizada a demostrar su valía en el trabajo y los deportes, rivalizando activamente con los muchachos, la ausencia de pene -compensada por la promesa del hijo- no bastaría para engendrar un «complejo de inferioridad»; de manera correlativa, el muchacho no tendría espontáneamente un «complejo de superioridad» si no se le hubiera inculcado y si estimase a las mujeres tanto como a los hombres. La muchacha no buscaría estériles compensaciones en el narcisismo y los sueños, no se tendría por algo descontado; se interesaría por lo que hace, abordaría sin reticencias todas sus empresas. Ya he dicho cuánto más fácil sería su pubertad si la superase, como el muchacho, hacia un libre porvenir de adulto; la menstruación solo le inspira tanto horror porque constituye una caída brutal en la feminidad; también asumiría más tranquilamente su joven erotismo si no experimentase un disgusto lleno de turbación ante el conjunto de su destino; una educación sexual coherente la ayudaría mucho a remontar esa crisis."

1. Analice las ideas fundamentales del texto, mostrando en su resumen la estructura argumentativa desarrollada por la autora. 

El texto que se nos ofrece pertenece a El segundo sexo, de Simone de Beauvoir, más concretamente a la parte final, donde se exponen las conclusiones de la obra. En este fragmento, la autora presenta su ideal de una sociedad emancipada, y defiende las líneas generales de lo que sería esa sociedad, donde hombres y mujeres seríamos educados en la igualdad. 

Ese concepto, la educación, es clave para entender el proyecto de sociedad igualitaria que presenta el feminismo tal y como lo entiendo Simone de Beauvoir, pero nos proporciona también luces sobre lo que fomenta la desigualdad en la sociedad patriarcal en la que todavía vivimos. Para empezar la autora describe los aspectos en que se tramaría la igualdad educativa: niños y niñas crecerían juntos en las aulas, sin segregaciones ni, por tanto, sin distinción de roles sexuales, recibirían las mismas enseñanzas, tendrían las mismas oportunidades para el porvenir, crecerían en definitiva como seres iguales. 

La autora promete que una educación igualitaria acabaría con los complejos asociados a cada sexo, el de Edipo en los varones y el de castración en las mujeres, en lo que presentimos que asume algunos de los principios del psicoanálisis de Freud, aunque sea para declarar que las frustraciones que incorporan no son irremediables y ahistóricas, sino el producto de una educación basada en la desigualdad. Así, el varón no tendría la necesidad de afirmarse contra aquello de la Ley del Padre, de lo que tanto habla el psicoanálisis, y sobre todo, la mujer no se sentiría como un ser de carencias, es decir, un hombre por defecto, algo así como  un sujeto sin proyecto propio condenado a envidiar la condición masculina y, por ello, a someterse siempre a un varón o a castrarlo metafóricamente. 

Pero la educación no es solo cosa de la escuela, S.de Beauvoir atribuye una responsabilidad esencial a la familia. En la medida en que las parejas eduquen de forma igualitaria, las niñas no sentirán que crecen como elementos extraños o destinados al simple acompañamiento en un mundo hecho para hombres, no sentirán, como dice la autora, impotencia ni pasividad, pues podrán competir en igualdad de condiciones. A este mundo sexualmente indiferenciado lo llama "andrógino". Destinada a sustituir a un mundo de hegemonía masculina, esta realidad acabaría con los complejos de superioridad e inferioridad paralelos a los que el psicoanálisis planteaba para hombres y mujeres. 

A continuación la autora hace referencia a la necesidad femenina de salir de una situación que le aboca a vivir en un mundo imaginario, como si en la realidad dada, lo que podemos asociar al concepto de la "facticidad", fuera imposible realizarse. Siguiendo la visión existencialista de la trascendencia, la mujer habrá de poder tener un proyecto de vida propio, labrarse un porvenir en las mismas condiciones que los varones.

Esto nos aboca, hacia el final del fragmento, al problema de la educación sexual: "la menstruación le causa tanto horror solamente porque constituye una brutal caída en la feminidad". Siguiendo con la exposición de promesas de la sociedad emancipada, Beauvoir refiere la crisis de la pubertad como uno de los trances biográficos más problemáticos para una mujer. Para ellas es imposible aceptar relajadamente el acceso a un erotismo adulto, pues su destino en la sociedad patriarcal es frustrante. Siguiendo la tesis central de El segundo sexo, la idea sería acabar con la feminidad; sólo en la medida en que nos desembaracemos del mito del eterno femenino, y todas las implicaciones para los dos sexos que ello conlleva, será posible una comunidad verdaderamente emancipada e igualitaria.  

2. Definir los términos "complejo de Edipo" y "complejo de castración".

* Consejo: Explicamos los dos conceptos inicialmente en el sentido en que aparecen en este fragmento, sin extendernos demasiado, pues eso ya lo hemos hecho en parte del comentario de la pregunta 1. Antes o inmediatamente después, definimos los dos conceptos de la forma más objetiva posible, tal y como aparecen en la parte del léxico del manual que utilizamos en clase. Finalmente, y por darle un poco más de trascendencia filosófica a la cuestión, establecemos el vínculo entre los conceptos del psicoanálisis de Freud y el feminismo de Beauvoir.

3. Redacción: "Simone de Beauvoir y la emancipación de la mujer". 

Simone de Beauvoir es una filósofa francesa del siglo XX. Su obra principal, El segundo sexo, la sitúa como gran inspiradora del feminismo contemporáneo. Su hermenéutica, un modelo de análisis inspirado en las doctrinas existencialistas de Jean-Paul Sartre, nos ayuda a entender la evolución de las sociedades avanzadas bajo una luz presentada como crítica frente a la tradición patriarcal, que ha sesgado en favor de la dominación de la mujer la mirada oficial sobre la verdad histórica. Más que la gran ideóloga del feminismo,  Simone de Beauvoir está entre los pensadores que a lo largo de la modernidad tardía han intentado hacer oír la voz de las minorías y los colectivos excluidos, sometidos o discriminados, a partir de los cuales podemos alumbrar una forma nueva de entender nuestro pasado y la expectativa de una futura sociedad emancipada. 

Este último aspecto, el que alude directamente al futuro de la humanidad, enlaza con el tema que nos propone el título de la redacción, Simone de Beauvoir y la emancipación de la mujer.  Lo que nos sugiere ese planteamiento es que Beauvoir no es una simple pensadora que ha criticado los fundamentos históricos de una sociedad injusta, sino que, a partir de sus investigaciones, se puede erigir un proyecto de liberación que discurre parejo a un tiempo en el que el contexto -la mujer incorporada cada vez más seriamente al mercado laboral y apartada por tanto de la exclusividad del ámbito doméstico- invita a pensar que la situación para las mujeres está cambiando en profundidad. Para expresarlo con claridad: la tesis de Beauvoir es que la emancipación sexual sólo será posible cuando a la igualdad abstracta o formal expresada a través del derecho al sufragio y las leyes se una la igualdad material de la economía y, sobre todo,  una educación no sexista, un modelo escolar donde no se enseñe a los sexos a partir de su supuesta diferencia, sino de su igualdad y su fraternidad. 

Por supuesto, las esperanzas de la igualdad entre los sexos apuntan al presente y al futuro, pero las claves que lo presentan como algo más que un simple deseo apuntan al pasado y, más en concreto, al análisis de la tradición patriarcal que la hermenéutica beauvoireana realiza en El segundo sexo. Lo primero que necesitamos entender es en base a qué razones cuestiona la autora la condición femenina, o, para ser más exactos, el concepto de feminidad que la tradición ha otorgado a la mujer. "Eterno femenino" no es otra cosa que un mito, pero un mito que funciona y produce efectos opresivos, pues, al modo platónico, se presenta como un ideal eterno e inmodificable, de tal manera que quienes han nacido mujer no tienen otro remedio que imitarlo y tratar de acercarse a él, alcanzando la categoría de "mujer-mujer", por debajo de la cual siempre se es una mujer defectuosa. Las cualidades que el eterno femenino otorga a la mujer van en perjuicio de ésta, pues conciben el sometimiento como su lugar natural, de ahí que la mujer haya de ser bella -para adornar al hombre acompañándolo-, emotiva, frívola, frágil, dependiente, un tanto infantil e irresponsable, sumisa, abnegada... Por oposición, y en consonancia con la distinción de roles, el hombre habrá de ser dominante y asertivo, fuerte y valeroso... todo aquél que no encaje con ese modelo igualmente platónico será acusado de poco viril. 

¿De dónde proviene este modelo que condena a todas las sociedades conocidas a la asimetría sexual? Beauvoir explica en El segundo sexo que la base biológica explica el problema en origen, pero nunca justifica que las cosas hayan de seguir siendo eternamente iguales. Dicho de otra forma, si las condiciones biológicas han constituido una servidumbre para la mujer desde siempre, ello no explica toda la práctica de dominación que han sufrido después las mujeres durante siglos y, sobre todo, no justifican la vigencia de la discriminación en nuestros días, cuando la Revolución Industrial ha igualado las condiciones de acceso al ámbito productivo. 

La tesis de Beauvoir es que los supuestamente eternos principios del patriarcado son en realidad producto de una construcción histórica. Hombres y mujeres son educados desde siempre para responder respectivamente al arquetipo de la virilidad y al de la feminidad. Siguiendo el principio filosófico de Hegel, según el cual lo que entendemos como verdad es producto de la historia y sus conflictos, Beauvoir desenmascara el carácter manipulado e interesado de concepciones que se presentan como pura "facticidad" , es decir, como naturalmente inscritas en la sociedad y en las personas. Así se completa el círculo vicioso, al ser adiestradas para ser dependientes, irracionales y frívolas, las mujeres terminan siendo todo eso. 

La posibilidad de revolver esta situación se hace visible en nuestro tiempo donde, como hemos dicho, la nueva realidad productiva abre caminos a las mujeres que nunca se habían visto antes. Sin embargo, la realidad muestra que, pese a todo, las mujeres -en tiempo de la autora y se diría que también en la actualidad- continúan discriminadas en muchos aspectos, por más que las leyes no lo reflejen. A esto se refiere la autora cuando habla de "igualdad formal" y "desigualdad material"; si se tratara de lo primero, la lucha feminista habría completado su ciclo histórico con las antiguas sufragistas, pero el hecho es que la práctica económica, social y familiar, incluyendo aspectos tan íntimos como el de la pareja y las relaciones sexuales, denotan la continuidad de las tradicionales asimetrías. 

Una prueba de que no basta la igualdad jurídica la tenemos en los regímenes comunistas, como el de la Unión Soviética, donde la supuesta revolución proletaria no vino acompañada de una igualdad de género. Esta crítica es aplicada por extensión a la doctrina marxista, a la que Beauvoir se siente vinculada por su inclinación a defender los derechos revolucionarios de las clases proletarias frente a la burguesía. El problema de Marx es que no supo extender ese derecho a la problemática de género. Ese desencuentro se extiende a otra de las doctrinas con las que el feminismo contemporáneo tiene alguna deuda, el psicoanálisis, cuyo fundador, Sigmund Freud, no entendió que su planteamiento respecto a la constitución psicológica de los sujetos arrancaba de la misma asimetría sexual que la ideología tradicional que él criticó tan duramente. 

La alternativa intelectual es la doctrina existencialista, a la que Beauvoir vincula expresamente su posición feminista. Lo que pretende Beauvoir es que las mujeres se sientan a sí mismas como "trascendencia", es decir, como sujetos capaces de establecer un proyecto de vida propio y no en relación de subordinación, renunciando al confort de la inesencialidad que hasta ahora se le ha propuesto. Esta conquista es irrenunciable. Es cierto que la situación contextual en que nace la mujer -la facticidad, otra vez- le obliga a luchar en condiciones difíciles, pero la misión de los textos de Beauvoir es justamente ayudar a vencer esa resistencia. 

Es aquí donde interviene de manera esencial el concepto de educación igualitaria, clave para entender la aportación de Beauvoir a la historia de la emancipación sexual. Hemos explicado que la mujer no está en posición subalterna porque un destino biológico lo haga inevitable, sino porque se la ha adiestrado para convertirse en objeto, para ser lo que el existencialismo feminista denomina "alteridad", donde la identidad estable y autodefinida sería el sujeto masculino. Frente a ello, Beauvoir propone educar de manera que la biología femenina -pensemos por ejemplo en la menstruación- deje de ser una debilidad. Se trata de eliminar viejos tabúes, como el de penalizar a la mujer que no es discreta, pasiva y recatada, o al hombre que comparte las tareas domésticas o se muestra emocionalmente. Igualmente, apuesta por vencer la discriminación de la homosexualidad. La clave es desarrollar el erotismo desde la reciprocidad, entendiéndonos como compañeros. 

Este concepto educativo se debe relacionar con uno muy usado en nuestro tiempo, la coeducación, un modelo en el cual las mujeres ya no serían adiestradas en el eterno femenino, sino en la igualdad y la condición de sujetos independientes. 

dimarts, 12 de març del 2013











TEMAS PROPUESTOS POR LA COMISIÓN  PARA LA PAU

1. Hermenèutica pròpia de l’existencialisme de Beauvoir.
1.1. Lectura feminista de la dialèctica hegeliana de l’amo i de l’esclau: la dona
       com l’Altra en la societat patriarcal.
1.2. Concepte de subjecte situat.
1.3. Mètode regressiu-progressiu en l’anàlisi de la condició femenina.
2. Problematització de la categoria dona.
3. El factor cultural com a factor decisiu en l’anàlisi de les causes de l’opressió
    de la dona.
4. Educació i evolució col·lectives per a assolir l’autonomia de les dones
    i la reciprocitat de les relacions entre homes i dones.

SIMONE DE BEAUVOIR. EL SEGUNDO SEXO.

Introducción

  1. La autora y su texto

La escritura es un acto de compromiso político. La derrota de la Segunda República española y la emergencia nazi le hacen romper con la imagen del intelectual individualista, decisión vinculada a la Resistencia francesa contra la invasión alemana y a su relación amorosa con Jean-Paul Sartre. Filosofar será desde entonces cargar con la propuesta de Karl Marx: “hasta hoy los filósofos han interpretado el mundo, ahora deben transformarlo”.

El segundo sexo aparece en 1949, la autora no asume la denominación de “feminista”. En cualquier caso, su voluntad de investigar las condiciones históricas que hacen posible el concepto de lo femenino y, en consecuencia, de las formas de opresión de la mujer característica del patriarcado, le sitúan como la gran fundadora de los estudios filosóficos de género.

Sólo se declarará explícitamente integrada en el feminismo en los años setenta, siendo ya una anciana, cuando se haya convencido –en contra de lo que planteaba en El segundo sexo- que el socialismo no ha consumado sus promesas de liberación. No obstante, su entrega a los movimientos de liberación de la mujer, que surge paralelamente a otras corrientes de reclamación de derechos civiles propias de los años sesenta y setenta, no se limita a exigir la igualdad de derechos entre los sexos, pues cree que a partir del feminismo es posible alumbrar un proyecto de transformación global de la sociedad.

  1. El segundo sexo y la historia del feminismo

Las primeras teorías que plantean la crítica de la opresión de la mujer y la reivindicación de su emancipación son antiguas. Establezcamos una cronología.

-Siglo XVII. Poulain de la Barre fue un cartesiano, y por tanto racionalista, que apostó por la igualdad de las mujeres en base al principio del método cartesiano según el cual no debemos dejarnos guiar por prejuicios, sino por la luz de nuestra razón, única en la que podemos creer firmemente. Desde esta perspectiva, postergar a la mujer declarándola débil, estúpida o necesitada de protección, como nos ha hecho creer la tradición,  es dejarse llevar por prejuicios y mantenernos en la irracionalidad.

-La Ilustración. La reivindicación de la razón, del sujeto libre y autónomo o de la categoría del ciudadano son características del siglo XVIII, en el cual localizamos la ruptura definitiva con el modelo de pensamiento tradicional, que aún subsistía en el Antiguo Régimen, el cual nunca terminaba de asumir el principio de la igualdad de derechos entre los seres humanos. Curiosamente, la primera declaración de Derechos del Hombre, aparecida en los EEUU, tras la proclamación de la Independencia, proclama la igualdad “universal” de los derechos humanos sin incluir ni a los negros ni a las mujeres. En la Revolución Francesa, Olympe de Gouges reivindica la extensión a la mujer de la igualdad que el nuevo régimen consideró como exigible para todo ciudadano de la República. Terminó siendo guillotinada, pero importantes pensadores de tanto prestigio como Diderot o Voltaire terminaron encontrando incoherente hablar de derechos universales y excluir de los mismos a la mitad de la población.

-Las sufragistas del XIX. Se centraron en la lucha por la igualdad política. La Declaración de Séneca Falls, redactada en Nueva York en 1848,  exigía el derecho a voto. En Gran Bretaña, las sufragistas se hicieron célebres por el creativo estilo de sus reivindicaciones, que incluían huelgas de hambre. Consiguieron el voto en 1918. En España, gracias en gran medida al esfuerzo parlamentario de Clara Campoamor, la República lo aprobó en el 31. El derecho de la mujer al voto es universalmente reconocido en la Carta de los Derechos Humanos, promulgada en 1948.

-Años sesenta y setenta. El movimiento intensifica su inclinación a la investigación, incrementándose los estudios de género, los cuales consideran a Simone de Beauvoir y El segundo sexo como su clave fundacional. Además de criticar el patriarcado y el androcentrismo, se configura el concepto de “género”, que parte de la base de que lo masculino y lo femenino son constructos categoriales que cada sociedad y cada época hacen a su manera. Lo que legitima esta nueva ola del feminismo es la evidencia de que con la victoria sufragista no se acaba, ni mucho menos, la lucha de la mujer por la igualdad. Violencia de género, feminización de la pobreza, discriminación laboral y salarial, ausencia de paridad en tareas de cuidado... las viejas propuestas del feminismo siguen teniendo vigencia.  

  1. El segundo sexo ante la filosofía contemporánea

a.       El psicoanálisis

Sigmund Freud rompe en la segunda mitad del XIX con la tradición que definía al sujeto como “racional” y “consciente”. Estas son a sus ojos sólo pequeñas partes del sujeto, el cual se construye a partir de un vasto continente oscuro que Freud denomina “inconsciente” y que su método psicoanalítico se propuso investigar. A través de los sueños, los actos fallidos y otros elementos del inconsciente de los que podemos tener noticia, el psicoanálisis trata de curar a pacientes con enfermedades mentales. El gran problema es que la sociedad se construye a partir de la represión: los individuos debemos poner cortapisas a nuestros deseos continuamente, pues de lo contrario peligraría nuestra supervivencia y la de la propia sociedad. El exceso de represión, según Freud, genera neurosis.

Uno de los grandes descubrimientos de Freud es el Complejo de Edipo, según el cual los niños sienten un deseo erótico difuso hacia la madre que se complementa con el rechazo hacia el padre. La madurez llegará cuando interiorice la Ley Moral o Ley del Padre, la primera de las cuales es la prohibición del incesto. En las niñas, siempre según Freud, se manifiesta como un complejo de castración, pues sienten la ausencia de pene como una privación y una inferioridad.

De Beauvoir admira que el psicoanálisis descubriera que el sujeto era una realidad compleja y que la relación con nuestro cuerpo sea conflictiva y resulte decisiva para la configuración de la personalidad. Sin embargo, cree que comete dos errores graves. El primero es que, al reducir la importancia de la consciencia por concederle todo el peso al inconsciente, parece condenar nuestra libre voluntad, es decir, la capacidad para actuar intencionadamente, de tal manera que dejaríamos de ser libres para trazar proyectos y construir una vida a partir de la razón. La segunda es que Freud define la sexualidad femenina a partir de la masculina, es decir, si el niño tiene a Edipo, la mujer tiene la falta de pene, si el hombre tiene “algo”, lo que define a la mujer es la carencia de ese algo.

b.      El marxismo.

El pensamiento de Karl Marx, en la medida en que critica la ideología burguesa, cuestiona como el psicoanálisis la concepción del sujeto heredada de la modernidad. El hombre es para él un ser social e histórico, y sólo cobra sentido en el seno de un sistema productivo, es decir, que lo que es resulta de su acción económica. Su doctrina, el materialismo histórico, considera que cada época es un modo productivo sometido a la tensión entre clases sociales o, lo que es lo mismo, entre poseedores y desposeídos, entre explotadores y explotados. El capitalismo industrial que conoció a mediados del siglo XIX es el modo en que se enfrentan burguesía y proletariado. El triunfo final de la revolución proletaria desembocará, según Marx, en el socialismo.

De Beauvoir cree que el marxismo nos pone sobre la pista buena al centrar la mirada en el contexto socio-económico como clave para explicar la realidad de los individuos. Lo que Marx no consigue es completar el concepto de la lucha entre clases con el conflicto entre sexos. De Beauvoir piensa que el patriarcado y, por tanto, la hegemonía del hombre, nace con la propiedad privada, la cual es a su vez origen de instituciones como el matrimonio. Como izquierdista, simpatizaba con la idea de que la revolución socialista podía arrastrar a todos los sectores sociales oprimidos hacia la justicia. Sin embargo, la evidencia de que en la Unión Soviética no se estaba produciendo la emancipación real de las mujeres, que seguían recluidas en su función reproductora, le hizo pensar que el principio marxista de la revolución proletaria era insuficiente si no atendía a cuestiones como la necesidad del divorcio, los anticonceptivos o el aborto.

c.       El existencialismo

En El segundo sexo Simone De Beauvoir dice adoptar para sus análisis el enfoque del existencialismo, basado en el principio de Jean-Paul Sartre de que “la existencia precede a la esencia”. Lo que esto significa es que no podemos encontrar una esencia o naturaleza que nos defina a todos los humanos y que se encuentre en cada uno de nosotros previamente a nuestras decisiones. En realidad no somos nada antes de esas decisiones, somos lo que hacemos de nuestras propias vidas, somos el resultado de nuestras decisiones. Es esto lo que quiere decir Sartre con la idea de que “el hombre está condenado a ser libre”. Soy, sin poder excusarme en los demás o en las circunstancias, lo que resulta de mis elecciones, soy, antes que nada, un proyecto concebido por mí mismo. Por eso es característico del ser humano el sentimiento de la angustia moral, pues soy responsable de cada uno de mis actos y mi ser resulta de lo que a cada momento elijo.

 Esa soledad irremediable para decidir qué hacer con mi vida no se debe entender como aislacionismo. Muy al contrario, tenemos responsabilidades morales, debemos aceptar el compromiso con los demás y aceptar que nos vamos construyendo en medio de una realidad intersubjetiva. No puedo realizarme como ser libre pisoteando al mismo tiempo la libertad de los demás, mi libertad depende también de la de los demás.

El segundo sexo. Simone de Beauvoir.

  1. Introducción. La condición femenina, problema del texto.

¿Qué es una mujer? Esta pregunta aparentemente inútil y que parece requerir una respuesta obvia, arrastra todo el sentido de la obra en la medida en que lanza una duda radical sobre un contenido aparentemente fijado y no cuestionado durante siglos. La primera sospecha es si ese concepto no ha sido interesadamente acuñado a lo largo de la historia para obligar a los sujetos a comportarse en función del mismo. En otras palabras: el patriarcado ha decidido qué es –o mejor, qué debe ser “femenino”- y a partir de ahí las mujeres han tenido que someterse a ese ideal para ser reconocidas como miembros aceptables de su sexo y de la sociedad.

¿Es lo femenino una entidad biológica? De Beauvoir afirma que el hecho de tener útero no condiciona toda una serie de rasgos de comportamiento que, en realidad, son producto de aprendizaje en sociedad. Si realmente las mujeres tienden a ser pasivas, dependientes, emocionales o frívolas –tal y como se las define con aquello del “eterno femenino”-ello es consecuencia del rol que se les ha asignado en la sociedad, de igual manera que a los hombres se les exige racionalidad, autonomía o ambición. La autora advierte una contradicción en las definiciones biologicistas de los sexos: si realmente la condición de mujer se obtiene simplemente por hormonas, ¿por qué entonces se les dice a las mujeres que son más o menos femeninas?

En realidad, lo femenino es un mito que se ha ido configurando a lo largo de la historia y que en nuestro tiempo, afortunadamente, se está viniendo abajo. Desde niños, se nos enseña el rol que se ha decidido que corresponde a nuestro sexo, lo cual supone dos modelos distintos y separados de socialización, quedando la peor parte para las mujeres, pues deben asumir su posición inferior y dependiente.

  1. Metodología de investigación en El segundo sexo.

El trabajo de análisis e interpretación que lleva a cabo S.De Beauvoir se denomina “hermenéutica existencial”, y consta de dos fases: la regresiva y la progresiva, que corresponden a las dos partes en que se divide el libro.

En la primera fase descubre cómo se ha ido configurando la feminidad a lo largo de la historia. Advierte que la asimetría entre sexos presente en todas las sociedades se define a partir de la carencia femenina. Así, el hombre es sujeto, está atribuido de una serie de cualidades que descubrimos como “lo humano”; de tal forma, la mujer es el ser defectuoso, pues carece de tales cualidades. Si el hombre es lo Mismo, la mujer es lo Otro, si el hombre es sujeto, la mujer es alteridad. ¿Estaba efectivamente destinada la mujer a ser sometida? Es cierto que su condición de reproductora ha condicionado su lugar social a lo largo de la historia; lo que la autora no cree es que su fisiología le destinara necesariamente a ser dominada, ha sido así porque se ha decidido que sea así, pero hubiera podido ser de otra manera y, sobre todo, no tiene por qué seguir siéndolo.

Si en la fase regresiva, la autora analiza como desde el exterior se le han ido imponiendo sus circunstancias a la mujer, en la fase progresiva analiza más bien el interior, es decir, cómo las mujeres han ido asumiendo su situación y las posibilidades que tienen de modificarla.

  1. Crítica existencialista del determinismo biológico: el concepto de “sujeto situado” y de “cuerpo vivido”.

La filosofía existencialista asume que somos en tanto que establecemos proyectos, lo cual supone que nos construimos día a día a través de nuestras decisiones, pero también que si perdemos la capacidad de decidir nuestra vida se degrada. Beauvoir sabe muy bien que no siempre los espacios de decisión son los ideales. Estoy condicionado por el contexto en que vivo,  estoy “situado”, he venido con unos condicionantes biológicos a un mundo ya estructurado culturalmente. El contexto que históricamente ha ido forjando el varón degrada la existencia de las mujeres, pues merma su capacidad de decisión.

Este razonamiento es cómplice del que, a partir del concepto de “cuerpo vivido”, rechaza el determinismo biológico, el cual –como antes advertimos- se inviste de rigor científico para afirmar que la inferioridad histórica de la mujer está determinada por su biología. Se dice que la mujer es “débil”, pero no se nos aclara que lo fuerte y lo débil están en función del tipo de sociedad que ha ido configurando el patriarcado. La cuestión no es qué cosa es el cuerpo de una mujer, sino cómo ella lo vive. Es esa experiencia subjetiva del propio cuerpo lo que determina que la mujer esté o no sometida y que ella lo acepte. Y esa experiencia es inducida a través de un aprendizaje determinado por el contexto en el que nos socializamos. La mujer no está sometida porque sus supuestas limitaciones biológicas le hagan esclava, la sumisión de la mujer es un producto de la cultura.

  1. Los porqués de la sumisión. La dialéctica hegeliana del amo y el esclavo.

La posición del varón no es singular, es “la posición”, es decir, el lugar verdadera y objetivamente “humano”, ante el cual lo demás son alteridades y singularidades seguramente defectuosas. No hay pues visiones masculinas –como si hay una literatura femenina, por ejemplo-, pues lo humano se define a partir del varón, que sería lo Mismo, frente a la mujer y otros colectivos, que sería lo Otro.

Esta categorización es tomada de la filosofía de Hegel. En su dialéctica del amo y el esclavo, no se trata de que haya conflicto entre realidades opuestas, sino una posición hegemónica frente a otra subordinada. Si el hombre se define como sujeto porque niega tal cualidad a la mujer, ésta no acierta a definirse a sí misma, aceptando para sí la visión que de ella le ha otorgado el varón.

Hegel no aplicó su modelo al tema del género en clave feminista, pero sí inspira a  Beauvoir cuando explica que, históricamente, los esclavos han entregado su fuerza de trabajo a los amos después de haber sido reducidos a la fuerza. Sabemos que el amo necesita al esclavo, pero éste se acostumbra también a su situación de servidumbre, de manera que termina asumiendo que necesita ser protegido por el amo; de alguna forma, termina reconociéndole prestigio y autorizándole a ejercer el dominio.

Beauvoir traslada este análisis al conflicto de género. Las pesadas obligaciones reproductivas (pensemos en una maternidad casi permanente) apartarían a la mujer de las faenas de caza, lo que las alejaría del prestigio en las tribus. Plantea que el hombre obtiene prestigio en tanto que guerrero y conquistador, pero además protege a la mujer, lo cual le otorga un reconocimiento por parte de ella que él necesita: había nacido el patriarcado y la dominación de género. Las consecuencias se materializan durante milenios: la mujer queda relegada a una posición de dependencia económica de la que no se atreverá a huir, renunciando a su libertad para evitarse riesgos que en sociedades premodernas se vuelven intolerables. 

5. Historia de la sumisión de la mujer

Suponemos que, desde la prehistoria, la mayor energía y poder muscular del hombre le inclinaría a salir en busca de comida y ejercer como cazador, quedando la mujer especializada en las faenas de reproducción y cuidado. Integrado en la horda, el varón puede establecer proyectos que le afectan a él y también al grupo, puede ir más allá de su condición animal, posibilidad que queda vedada a la hembra. Así, el hombre descubre, crea instrumentos y obtiene de la mujer el reconocimiento que le permitirá sentirse sujeto; ésta por el contrario queda relegada a la faena de una maternidad que no ha sido elegida y que no compartirá con el varón.

Desde ese punto inicial, la historia determinará un paisaje de sometimiento y de falta de oportunidades para la mujer que abarcará todas las grandes civilizaciones. Es cierto que la revolución industrial incorporará masivamente a la mujer a las fábricas, debido a que la máquina anula las diferencias en cuanto a fuerza muscular. Sin embargo, la situación de las féminas en esas fábricas será precaria, condenándoselas a circunstancias de explotación más duras por parte de los patronos, y a la animadversión en muchos casos de los hombres, que las verán como competidoras peligrosas. Además, la mujer trabajadora habrá de complementar su profesión con el trabajo de reproductora y cuidadora, lo que le hará aún más esclava de las circunstancias. La posibilidad de escapar de la dependencia sólo se vislumbra de verdad con la llegada de los métodos de anticoncepción, que les permitirá controlar su propio cuerpo y asumir entonces ya sí un papel económico protagonista.

Beauvoir emplea gran parte del espacio de El segundo sexo en investigar cómo los sistemas de aprendizaje y socialización nos confinan desde niños a un rol sexual pre-decidido por el sistema patriarcal. Mientras que a los varones se les educa en la acción y el riesgo, incluso en la práctica de la violencia; a las niñas se les inocula la convicción de que deben ser “objeto”. Por eso, con la pubertad, el cuerpo de la niña pasa a ser objeto de deseo, de ahí que se le inculque el pudor, lo cual tiene su peor concreción en la vergüenza por la menstruación. Asimismo, el lugar de lo erótico también será asimétrica: se afirma públicamente en los chicos, a los que se exige la iniciativa y el riesgo, y se hace clandestino en las chicas, que han de aceptar su pasividad. Detrás de esta carga tan desagradable está, por supuesto, el miedo al embarazo, de ahí que Beauvoir subraye tan insistentemente la importancia de la anticoncepción.

La autora analiza también las formas arrinconadas como “no normales” de vivir la sexualidad. Niega que la homosexualidad sea un destino biológico, pero tampoco acepta su condición perversa, simplemente es una opción elegida libremente y que la sociedad debe dejar de rechazar. Asimismo denuncia la costumbre de encasillar a hombres y mujeres en determinada suerte de comportamiento, lo que conlleva que comportamientos poco pudorosos o algo agresivos en algunas mujeres sean socialmente castigados; lo cual vale igual para aquellos varones que desarrollan tareas propias de mujeres o exhiben demasiado su emocionalidad. Surge de aquí un concepto que ha hecho fortuna en el mundo moderno: la mujer-mujer. La coquetería, la docilidad, la debilidad... tales cualidades corresponden a esta versión del eterno femenino a la que, obviamente, Beauvoir se enfrenta.

  1. Hacia una sociedad sin patriarcado

Simone de Beauvoir es fiel a la vieja propuesta de Karl Marx: “hasta hoy los filósofos han intepretado el mundo, ahora deben ayudar a transformarlo”. La lectura de El segundo sexo no puede concluir sin que su análisis contemple las propuestas de la autora para la consecución de una sociedad emancipada. La mujer sólo alcanzará su autonomía en tanto que logre la conciliación del trabajo reproductivo con el productivo. Autonomía económica sin discriminación laboral ni salarial, libertad sexual, control sobre el propio cuerpo a través de la anticoncepción, reparto equitativo de las tareas de cuidado... Todas estas propuestas serán inútiles si no se establece un programa educativo basado en la igualdad entre hombres y mujeres, lo cual involucra de forma decisiva el concepto de “coeducación”, un sistema de enseñanza mixto en el cual se garantice y fomente las relaciones de igualdad entre los géneros.

En el tiempo en que escribió El segundo sexo, Simone de Beauvoir unía la viabilidad de sus propuestas al éxito del socialismo. La puesta en duda de dicho éxito no cambia el sentido de las propuestas, de ahí que hoy en día, el movimiento de reivindicación de los derechos de la mujer sea plenamente autónomo y siga teniendo en el texto de Beauvoir su libro de cabecera.

Ya sabemos qué es una mujer. Si llegar a serlo supone construir personas sin autonomía y desprovistas de la condición de sujeto, el objetivo del sistema educativo y de las nuevas formas de socialización de las comunidades emancipadas habrá de ser no llegar a ser nunca una “mujer”. Sólo entonces será posible una sociedad mejor, tanto para hombres como para mujeres.