dissabte, 18 de maig del 2013


"Si desde la más tierna edad, la niña fuese educada con las mismas exigencias y los mismos honores, las mismas severidades y las mismas licencias que sus hermanos, participando en los mismos estudios, en los mismos juegos, prometida a un mismo porvenir, rodeada de hombres y mujeres que se le presentasen sin equívocos como iguales, el sentido del «complejo de castración» y el del «complejo de Edipo» quedarían profundamente modificados. Al asumir con los mismos títulos que el padre la responsabilidad material y moral de la pareja, la madre gozaría del mismo prestigio perdurable; la niña sentiría a su alrededor un mundo andrógino y no un mundo masculino; aunque se sintiera afectivamente más atraída por el padre -lo cual ni siquiera es seguro-, su amor por él estaría matizado por una voluntad de emulación y no por un sentimiento de impotencia: no se orientaría hacia la pasividad; autorizada a demostrar su valía en el trabajo y los deportes, rivalizando activamente con los muchachos, la ausencia de pene -compensada por la promesa del hijo- no bastaría para engendrar un «complejo de inferioridad»; de manera correlativa, el muchacho no tendría espontáneamente un «complejo de superioridad» si no se le hubiera inculcado y si estimase a las mujeres tanto como a los hombres. La muchacha no buscaría estériles compensaciones en el narcisismo y los sueños, no se tendría por algo descontado; se interesaría por lo que hace, abordaría sin reticencias todas sus empresas. Ya he dicho cuánto más fácil sería su pubertad si la superase, como el muchacho, hacia un libre porvenir de adulto; la menstruación solo le inspira tanto horror porque constituye una caída brutal en la feminidad; también asumiría más tranquilamente su joven erotismo si no experimentase un disgusto lleno de turbación ante el conjunto de su destino; una educación sexual coherente la ayudaría mucho a remontar esa crisis."

1. Analice las ideas fundamentales del texto, mostrando en su resumen la estructura argumentativa desarrollada por la autora. 

El texto que se nos ofrece pertenece a El segundo sexo, de Simone de Beauvoir, más concretamente a la parte final, donde se exponen las conclusiones de la obra. En este fragmento, la autora presenta su ideal de una sociedad emancipada, y defiende las líneas generales de lo que sería esa sociedad, donde hombres y mujeres seríamos educados en la igualdad. 

Ese concepto, la educación, es clave para entender el proyecto de sociedad igualitaria que presenta el feminismo tal y como lo entiendo Simone de Beauvoir, pero nos proporciona también luces sobre lo que fomenta la desigualdad en la sociedad patriarcal en la que todavía vivimos. Para empezar la autora describe los aspectos en que se tramaría la igualdad educativa: niños y niñas crecerían juntos en las aulas, sin segregaciones ni, por tanto, sin distinción de roles sexuales, recibirían las mismas enseñanzas, tendrían las mismas oportunidades para el porvenir, crecerían en definitiva como seres iguales. 

La autora promete que una educación igualitaria acabaría con los complejos asociados a cada sexo, el de Edipo en los varones y el de castración en las mujeres, en lo que presentimos que asume algunos de los principios del psicoanálisis de Freud, aunque sea para declarar que las frustraciones que incorporan no son irremediables y ahistóricas, sino el producto de una educación basada en la desigualdad. Así, el varón no tendría la necesidad de afirmarse contra aquello de la Ley del Padre, de lo que tanto habla el psicoanálisis, y sobre todo, la mujer no se sentiría como un ser de carencias, es decir, un hombre por defecto, algo así como  un sujeto sin proyecto propio condenado a envidiar la condición masculina y, por ello, a someterse siempre a un varón o a castrarlo metafóricamente. 

Pero la educación no es solo cosa de la escuela, S.de Beauvoir atribuye una responsabilidad esencial a la familia. En la medida en que las parejas eduquen de forma igualitaria, las niñas no sentirán que crecen como elementos extraños o destinados al simple acompañamiento en un mundo hecho para hombres, no sentirán, como dice la autora, impotencia ni pasividad, pues podrán competir en igualdad de condiciones. A este mundo sexualmente indiferenciado lo llama "andrógino". Destinada a sustituir a un mundo de hegemonía masculina, esta realidad acabaría con los complejos de superioridad e inferioridad paralelos a los que el psicoanálisis planteaba para hombres y mujeres. 

A continuación la autora hace referencia a la necesidad femenina de salir de una situación que le aboca a vivir en un mundo imaginario, como si en la realidad dada, lo que podemos asociar al concepto de la "facticidad", fuera imposible realizarse. Siguiendo la visión existencialista de la trascendencia, la mujer habrá de poder tener un proyecto de vida propio, labrarse un porvenir en las mismas condiciones que los varones.

Esto nos aboca, hacia el final del fragmento, al problema de la educación sexual: "la menstruación le causa tanto horror solamente porque constituye una brutal caída en la feminidad". Siguiendo con la exposición de promesas de la sociedad emancipada, Beauvoir refiere la crisis de la pubertad como uno de los trances biográficos más problemáticos para una mujer. Para ellas es imposible aceptar relajadamente el acceso a un erotismo adulto, pues su destino en la sociedad patriarcal es frustrante. Siguiendo la tesis central de El segundo sexo, la idea sería acabar con la feminidad; sólo en la medida en que nos desembaracemos del mito del eterno femenino, y todas las implicaciones para los dos sexos que ello conlleva, será posible una comunidad verdaderamente emancipada e igualitaria.  

2. Definir los términos "complejo de Edipo" y "complejo de castración".

* Consejo: Explicamos los dos conceptos inicialmente en el sentido en que aparecen en este fragmento, sin extendernos demasiado, pues eso ya lo hemos hecho en parte del comentario de la pregunta 1. Antes o inmediatamente después, definimos los dos conceptos de la forma más objetiva posible, tal y como aparecen en la parte del léxico del manual que utilizamos en clase. Finalmente, y por darle un poco más de trascendencia filosófica a la cuestión, establecemos el vínculo entre los conceptos del psicoanálisis de Freud y el feminismo de Beauvoir.

3. Redacción: "Simone de Beauvoir y la emancipación de la mujer". 

Simone de Beauvoir es una filósofa francesa del siglo XX. Su obra principal, El segundo sexo, la sitúa como gran inspiradora del feminismo contemporáneo. Su hermenéutica, un modelo de análisis inspirado en las doctrinas existencialistas de Jean-Paul Sartre, nos ayuda a entender la evolución de las sociedades avanzadas bajo una luz presentada como crítica frente a la tradición patriarcal, que ha sesgado en favor de la dominación de la mujer la mirada oficial sobre la verdad histórica. Más que la gran ideóloga del feminismo,  Simone de Beauvoir está entre los pensadores que a lo largo de la modernidad tardía han intentado hacer oír la voz de las minorías y los colectivos excluidos, sometidos o discriminados, a partir de los cuales podemos alumbrar una forma nueva de entender nuestro pasado y la expectativa de una futura sociedad emancipada. 

Este último aspecto, el que alude directamente al futuro de la humanidad, enlaza con el tema que nos propone el título de la redacción, Simone de Beauvoir y la emancipación de la mujer.  Lo que nos sugiere ese planteamiento es que Beauvoir no es una simple pensadora que ha criticado los fundamentos históricos de una sociedad injusta, sino que, a partir de sus investigaciones, se puede erigir un proyecto de liberación que discurre parejo a un tiempo en el que el contexto -la mujer incorporada cada vez más seriamente al mercado laboral y apartada por tanto de la exclusividad del ámbito doméstico- invita a pensar que la situación para las mujeres está cambiando en profundidad. Para expresarlo con claridad: la tesis de Beauvoir es que la emancipación sexual sólo será posible cuando a la igualdad abstracta o formal expresada a través del derecho al sufragio y las leyes se una la igualdad material de la economía y, sobre todo,  una educación no sexista, un modelo escolar donde no se enseñe a los sexos a partir de su supuesta diferencia, sino de su igualdad y su fraternidad. 

Por supuesto, las esperanzas de la igualdad entre los sexos apuntan al presente y al futuro, pero las claves que lo presentan como algo más que un simple deseo apuntan al pasado y, más en concreto, al análisis de la tradición patriarcal que la hermenéutica beauvoireana realiza en El segundo sexo. Lo primero que necesitamos entender es en base a qué razones cuestiona la autora la condición femenina, o, para ser más exactos, el concepto de feminidad que la tradición ha otorgado a la mujer. "Eterno femenino" no es otra cosa que un mito, pero un mito que funciona y produce efectos opresivos, pues, al modo platónico, se presenta como un ideal eterno e inmodificable, de tal manera que quienes han nacido mujer no tienen otro remedio que imitarlo y tratar de acercarse a él, alcanzando la categoría de "mujer-mujer", por debajo de la cual siempre se es una mujer defectuosa. Las cualidades que el eterno femenino otorga a la mujer van en perjuicio de ésta, pues conciben el sometimiento como su lugar natural, de ahí que la mujer haya de ser bella -para adornar al hombre acompañándolo-, emotiva, frívola, frágil, dependiente, un tanto infantil e irresponsable, sumisa, abnegada... Por oposición, y en consonancia con la distinción de roles, el hombre habrá de ser dominante y asertivo, fuerte y valeroso... todo aquél que no encaje con ese modelo igualmente platónico será acusado de poco viril. 

¿De dónde proviene este modelo que condena a todas las sociedades conocidas a la asimetría sexual? Beauvoir explica en El segundo sexo que la base biológica explica el problema en origen, pero nunca justifica que las cosas hayan de seguir siendo eternamente iguales. Dicho de otra forma, si las condiciones biológicas han constituido una servidumbre para la mujer desde siempre, ello no explica toda la práctica de dominación que han sufrido después las mujeres durante siglos y, sobre todo, no justifican la vigencia de la discriminación en nuestros días, cuando la Revolución Industrial ha igualado las condiciones de acceso al ámbito productivo. 

La tesis de Beauvoir es que los supuestamente eternos principios del patriarcado son en realidad producto de una construcción histórica. Hombres y mujeres son educados desde siempre para responder respectivamente al arquetipo de la virilidad y al de la feminidad. Siguiendo el principio filosófico de Hegel, según el cual lo que entendemos como verdad es producto de la historia y sus conflictos, Beauvoir desenmascara el carácter manipulado e interesado de concepciones que se presentan como pura "facticidad" , es decir, como naturalmente inscritas en la sociedad y en las personas. Así se completa el círculo vicioso, al ser adiestradas para ser dependientes, irracionales y frívolas, las mujeres terminan siendo todo eso. 

La posibilidad de revolver esta situación se hace visible en nuestro tiempo donde, como hemos dicho, la nueva realidad productiva abre caminos a las mujeres que nunca se habían visto antes. Sin embargo, la realidad muestra que, pese a todo, las mujeres -en tiempo de la autora y se diría que también en la actualidad- continúan discriminadas en muchos aspectos, por más que las leyes no lo reflejen. A esto se refiere la autora cuando habla de "igualdad formal" y "desigualdad material"; si se tratara de lo primero, la lucha feminista habría completado su ciclo histórico con las antiguas sufragistas, pero el hecho es que la práctica económica, social y familiar, incluyendo aspectos tan íntimos como el de la pareja y las relaciones sexuales, denotan la continuidad de las tradicionales asimetrías. 

Una prueba de que no basta la igualdad jurídica la tenemos en los regímenes comunistas, como el de la Unión Soviética, donde la supuesta revolución proletaria no vino acompañada de una igualdad de género. Esta crítica es aplicada por extensión a la doctrina marxista, a la que Beauvoir se siente vinculada por su inclinación a defender los derechos revolucionarios de las clases proletarias frente a la burguesía. El problema de Marx es que no supo extender ese derecho a la problemática de género. Ese desencuentro se extiende a otra de las doctrinas con las que el feminismo contemporáneo tiene alguna deuda, el psicoanálisis, cuyo fundador, Sigmund Freud, no entendió que su planteamiento respecto a la constitución psicológica de los sujetos arrancaba de la misma asimetría sexual que la ideología tradicional que él criticó tan duramente. 

La alternativa intelectual es la doctrina existencialista, a la que Beauvoir vincula expresamente su posición feminista. Lo que pretende Beauvoir es que las mujeres se sientan a sí mismas como "trascendencia", es decir, como sujetos capaces de establecer un proyecto de vida propio y no en relación de subordinación, renunciando al confort de la inesencialidad que hasta ahora se le ha propuesto. Esta conquista es irrenunciable. Es cierto que la situación contextual en que nace la mujer -la facticidad, otra vez- le obliga a luchar en condiciones difíciles, pero la misión de los textos de Beauvoir es justamente ayudar a vencer esa resistencia. 

Es aquí donde interviene de manera esencial el concepto de educación igualitaria, clave para entender la aportación de Beauvoir a la historia de la emancipación sexual. Hemos explicado que la mujer no está en posición subalterna porque un destino biológico lo haga inevitable, sino porque se la ha adiestrado para convertirse en objeto, para ser lo que el existencialismo feminista denomina "alteridad", donde la identidad estable y autodefinida sería el sujeto masculino. Frente a ello, Beauvoir propone educar de manera que la biología femenina -pensemos por ejemplo en la menstruación- deje de ser una debilidad. Se trata de eliminar viejos tabúes, como el de penalizar a la mujer que no es discreta, pasiva y recatada, o al hombre que comparte las tareas domésticas o se muestra emocionalmente. Igualmente, apuesta por vencer la discriminación de la homosexualidad. La clave es desarrollar el erotismo desde la reciprocidad, entendiéndonos como compañeros. 

Este concepto educativo se debe relacionar con uno muy usado en nuestro tiempo, la coeducación, un modelo en el cual las mujeres ya no serían adiestradas en el eterno femenino, sino en la igualdad y la condición de sujetos independientes.